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«Poderoso caballero…»

«No puedo estar con los brazos cruzados. No perdono a mi padre el que no fuera rico. No a la miseria, no, a la usura, no (…)» cantaba Javier Ojeda de Danza Invisible en «Ocio y negocio», allá por 1986.

No paro quieto, pero sí he perdonado a mi padre. Claro que lo perdono y, más aún, lo encumbro con todo mi ser y lo noto junto a mí, sobre todo cuando escribo.

Su herencia inmaterial la tengo en la cara, en el culo resbalao, en la fastidiosa hernia de disco, en darme a los demás —eso creo— y en esta afición de manchar de negro el papel, que es la que más le agradezco.

La miseria es un concepto bastante relativo y voluble. Lo que a unos les parece poco, para otros supone nadar en la abundancia. Tal cual y sin necesidad de trasladarse de hemisferio, simplemente cambiando de barrio en la misma ciudad.

Los sábados por la mañana, cuando mi padre llegaba del mercado cargado de bolsas de carne, pescado, fruta y verdura y bajábamos a ayudarle, la chica que limpiaba la escalera me decía que debíamos de ser ricos con esa barbaridad de comida que comprábamos de golpe.

Y tan de golpe se iba, de sábado a viernes, con cuatro hijos tragones en pleno desarrollo. Y otra vez al mercado…

«¿Quién te hace rico? El que te mantiene el pico», me recitó cuando le trasladé las dudas de aquella chica sobre nuestra fortuna.

Creo que ya lo he dicho alguna vez, pero para mí el dinero nunca será un fin, siempre un medio. Algo que lo mismo que llega se va, y a lo que se le debe tener poca estima aunque mucho respeto. El suficiente para que no te ciegue ni te levante los pies del suelo ni te afile el pico cual urraca usurera, ¡no!

«Por dinero baila el can y por pan, si se lo dan», también solía decir don Enrique, redundando en el mismo asunto que hoy me nace de la pluma.

¿Será que me está dominando el poderoso caballero? O será que tiro del inacabable refranero que también heredé y al que acudo cuando algún asunto financiero ronda mi cabeza.

Papá, de momento pego el salto de la cama y me pongo a trabajar, que por aquí también hay bocas abiertas y facturas que pagar.

Jaime Sabater Perales

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