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CATETO EN BANCO

 

No hay nada peor que creerse mejor que el resto. Más culto, más inteligente, más elegante e incluso más guapo.

Don Enrique decía que la inteligencia y la habilidad para conducir son las cualidades que mejor repartidas están por el mundo, ya que cada cual se cree estupendo al volante y, sin duda, mucho más listo que los demás.

Recuerdo, hará seis años, una carrera popular de cinco kilómetros que salía de La Pasarela y transcurría por San Telmo, Parque de María Luisa, Borbolla y vuelta atrás. Dos minutos antes del pistoletazo y viendo a mis contrincantes, me sentí ganador y, con esa idea, volé hacia la meta, aunque terminé en una muy discreta posición.

La semana pasada, tenía que hacer varias gestiones en el banco, el abogado y la notaría, que me llevaron a pedir el día libre para no ir con la lengua fuera. Con el teletrabajo, los tiempos que corren y el verano, que aún aprieta, mi indumentaria diaria es bastante casual, pero ese día decidí arreglarme y me enfundé una americana y calcé unos mocasines nuevos.

Acudí a cada cita en moto para no perder tiempo. A eso de las cinco menos cinco de la calurosa tarde, llegué a la última, en la notaría de Virgen de Luján. Representante del banco hipotecario, apoderado de la gestoría, los dos vendedores y su abogado, el oficial e incluso la señora notario; todos en mangas de camisa. Todos menos el cateto del comprador, con su chaquetita, los relucientes zapatos, un montón de papeles debajo del brazo y toda la ilusión del mundo.

Jaime Sabater Perales

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