Los días claroscuros se suceden con poca chicha uno tras otro, lentos, pesados, muy cansinos. Hoy es jueves y, como dicen por aquí, es el día del tonto.
Cuentan que, en una casa señorial con mayordomo de librea y bandeja de plata, el más pequeño de los hijos, por tardío y desprevenido, nació con bastantes deficiencias intelectuales. El chico creció sano y gozaba de una gran fortaleza, pero, una vez que alcanzó la edad adulta, dio más de un quebradero de cabeza a sus ya ancianos padres con alguna situación incómoda cuando recibían visitas femeninas, o como aquella vez en la que persiguió con su abultada virilidad al aire a una de las chicas del servicio.
El mayordomo, hombre templado y curtido en muchas situaciones, les propuso a los marqueses que él llevaría a su hijo, un día a la semana, a una casa discreta de señoritas de compañía, a un lupanar donde pudiese aliviar sus desenfrenados deseos carnales. El matrimonio, consciente de la situación y mirando para otro lado, confió en su jefe de casa tremenda labor. El día elegido por el refinado mayordomo fue el jueves no festivo de cada semana.
Como era costumbre en la casa, el mayordomo, cada día, acudía al dormitorio del marquesito con el desayuno preparado en la bandeja de plata, descorría las cortinas y lo despertaba. El chaval, hombre corpulento, de ojos grandes sin luces y ninguna ocupación que le requiriera tener noción del tiempo, tenía un control exacto de cuando era el día del asunto y, al despertarse esas mañanas, gritaba con voz grave y afectada: «¡¡Hoy es jueves, hoy es jueves!!».
Así fue como se perpetuó en la ciudad esta expresión para indicar que los jueves, aunque sean días laborales, la diversión puede ocupar parte de la jornada para romper la monotonía y anunciar la llegada del fin de semana.