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PERNIL DE PORCO

En el año 2010, Lisboa se mostraba como un lujo de ciudad, algo decadente, en la que las habitaciones dobles de los hoteles Spa de cinco estrellas costaban menos de cincuenta euros la noche.

El Tiara Park Atlantic nos recibió a pie de coche de la mano de un impecable botones uniformado con sombrero de copa que prometía una estancia más que confortable.

Comprar chatarra y fletarla en contentores con destino a China suponía el trabajo que simultaneábamos y que nos empujaba a viajar cada cierto tiempo a la capital lusa, si no queríamos que cargasen arena en vez de hierro o que nos dejasen los equipos en tierra ante la falta del documento de traslado transfronterizo de residuos exigido por la aduana. Un trabajo arduo recorriendo instalaciones perdidas entre bosques de eucaliptos, en un país en el que un reglamento comunitario se toma tan a rajatabla, que la falta de una coma o un punto en la documentación podía dar al traste con la operación al completo.

Así echábamos cada mañana, desde muy temprano, los dos ‘colaboradores necesarios’ y amigos de toda la vida. «Tú compra que yo transporto», sostenía mi máxima. «Pero al mediodía paramos a comer y a disfrutar de la estancia», afirmaba el acuerdo tácito que más nos motivaba al largo viaje desde Sevilla.

Os voy a convidar a comer um pernil de porco en un sitio muito bonito—dijo Marco Pereira de Metal Marinha antes de terminar de realizar la última carga de esa mañana.

Marco vestía de Versace y conducía un Mercedes AMG. Simpático y muy conversador, nos llevó a una especie de venta familiar, alejada de la mano de Dios, en la que dimos buena cuenta del asado con patatas y de dos botellas de tinto del Douro.

Durante la comida de negocios, puse todo mi empeño en no perder el hilo de la conversación y traté de memorizar el nombre de cada artículo de compra para no parecer un lego en la materia; a lo que el idioma no ayudaba demasiado.

—Marco, es curioso que, con las pocas veces que he venido, ya entiendo el portugués casi a la perfección —le comenté a la vuelta en el coche y algo achispado por el vino.

Yaime, ¡¡¡siempre falo contigo em español!!! —exclamó muerto de la risa y en perfecto portuñol.

Jaime Sabater Perales

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