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ARROZ COM FEIJÃO

Las Titis habían quedado para ensayar su versión de Ni tú ni nadie en casa de una de las componentes de la banda. Nada serio ni demasiado formal; un divertimento para un grupo de madres con ganas de sentirse vivas, acompañadas por Maripimer Túrmix de la Trisexual Band, algo más joven que ellas, mucho más gamberra, soltera y muy hermana mía.

Allí me planté a tomar café la tarde del domingo con estas profesionales liberales ávidas por sentirse artistas en un mundo descomunal que les dejaba poco tiempo para el esparcimiento.

Me lo pasé pipa y dejé constancia del ensayo en mi BlackBerry, pero me fui pronto a casa para preparar la maleta de un nuevo viaje de negocios en Portugal.

Arroz com feijão era el plato del día que nos ofrecía el vetusto camarero en aquella terraza al sol, después de dar buena cuenta de un par de Sagres heladas.

—¿Arroz con qué? —insistía Nitu—. A lo que el empregado de mesa respondía en bucle: «¡arroz com feijão!» mientras juntaba los dedos pulgar e índice refiriéndose a algo menudo, pero sin aclararnos nada sobre el ingrediente misterioso.

Después de tomar aquel guiso con alubias blancas, una ración de frango assado com batatas y una botella de tinto de la casa, decidimos aprovechar la tarde dando un paseo por el Barrio Alto.

Lisboa tiene mil rincones adorables y escaleras para echar buenas piernas. La noche nos sorprendió entre edificios de estilo barroco y pombalino. Cansados del pateo cultural nos resguardamos en la barra de un local de caipirinhas sin demasiadas pretensiones decorativas, pero con un ambiente prometedor que cumplía de sobra con nuestras expectativas.

Los sevillanos somos tan hartibles que como nos dé por un sitio, ya no vemos más allá hasta cerrarlo…

Al salir, las calles tenían más cuestas y más curvas.

Pillamos un taxi con destino al hotel. Un Mercedes antiguo con tapicería de escay y una barra de hierro, que nos separaba del conductor, a la que íbamos agarrados para evitar pegarnos cabezazos contra las ventanillas. No he visto nunca a nadie conducir a esa velocidad por las calles del centro de una ciudad. Una auténtica montaña rusa que me trajo a la boca el sabor de los feijãos.

En el transcurso del viaje de la muerte, empezó a sonar un tema que nos resultó familiar. Los primeros acordes nos transportaron a la movida madrileña de los ochenta. Miré a mi compadre con complicidad… Al menos, el piloto de rallies lisboeta tenía buen gusto para la música.

En cuanto arrancó la voz, ¡sorpresa!, no era Alaska la intérprete. Cantaban mis hermanas y sus amigas. Me quedé perplejo de cómo narices podían haber llegado a una radio portuguesa en solo dos días. Le pedí al taxista que subiese el volumen, pero pasó de mí y siguió con su carrera temeraria hacia la avenida da Liberdade.

Abrazado a la barra, seguí disfrutando del éxito de las Titis Band y soñé con su gira internacional.

—Compadre, con el traqueteo te ha saltado la música del móvil en el bolsillo del pantalón. Déjate de locuras y vámonos a dormirla, que ya son horas.

Jaime Sabater Perales

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