MIRAR A LO LEJOS
Le he escuchado decir a Antonio Banderas que hay un momento en la vida en el que uno tiene que renunciar a ser querido por todo el mundo.
Y así es.
Ni por asomo voy a compararme con su repercusión mediática y artística, pero las cadenas del bienquedismo deben de romperse cuanto antes.
Y en eso estamos.
El ansia por satisfacer a todos, por transmitir, por llegar, a veces se vuelve en contra y araña por dentro.
El foco que me apunta, de momento, es pequeño y no deslumbra ni me despega del suelo, pero genera el ruido suficiente para tomar algunas decisiones y, sobre todo, para protegerme con la cota de malla invisible.
Aceptar las críticas debe generar la misma sensación que los elogios: la menor posible. Los resultados sí son importantes y justifican el trabajo.
El pico y la pala han sido siempre mis herramientas, pero, a veces, se me olvida el casco y he recibido algunos mamporros y no pocas desilusiones.
Al final soy yo el que se expone de forma voluntaria y tengo que asumir los daños colaterales, pero nada me apartará de mi hoja de ruta ni de mis deseos, que son distraer y emocionar.
Jamás me planteo como objetivo sacar rédito de la escritura y por eso publico relatos en redes sociales y los recopilo para causas benéficas. Y ahí —qué queréis que os diga— mando yo y no acepto imposiciones de ningún tipo.
La presentación del último libro me ha supuesto un desgaste brutal al organizarla, ajustar las agendas de los protagonistas y ‘pelearme’ con una luenga lista de asistentes y un aforo limitado, aquel miércoles tormentoso. Pero me siento más que satisfecho a todos los niveles, sobre todo en el plano emocional, por ser capaz de fusionar lo profesional, lo literario, lo solidario, a la familia y a los amigos.
¿Qué más puedo pedir?
Lo siento por los ofendidos, los disgustados y por otras gafas de cerca rotas de tanto abrazo repartido. Todo queda repuesto, por la sencilla razón de que la vida me ha enseñado a pensar en grande y a mirar a lo lejos.