Libertad, ¿eres tú?
Cada vez que miro el teléfono por la noche para ver cuánto me queda para seguir durmiendo, se me queda en la retina la imagen en negativo de la fotografía que tengo de fondo de pantalla. Este efecto óptico descrito como imagen residual negativa se produce cuando los fotorreceptores del ojo se adaptan a la sobreexcitación y pierden sensibilidad.
Yo me quedo acurrucado con esa imagen que no solo queda impresa en mi retina, sino que pende de mis neuronas y me lleva a través del océano Atlántico hasta postrarme delante de «La Libertad iluminando el mundo», que el pueblo francés regaló al estadounidense y que tantos recuerdos me trae.
Arranca un año de proyectos y viajes, de nuevas ilusiones. París, Los Ángeles, Nueva York, Madrid, Cuenca, Bilbao, Pamplona y San Sebastian. Todo en agenda. Ocio y negocio. Otra novela, clientes nuevos, otros viejos, que se expanden, y yo que me encojo y me abrazo al embozo para que, pensando en todo lo que viene, no entre el frío en mi espacio cálido. Dudando entre si quedarme en la cama o pegar el salto para afrontar el día. Y miro la hora de nuevo, pero ya no persiste la Libertad en mi cabeza. No, no soy libre, se trata de una ilusión óptica, de un espejismo. Y es ahora cuando comprendo, mejor que nunca, que para que una imagen perdure en negativo en la retina, solo hay que pasar de un entorno brillante a uno oscuro. Pero, aunque sea esclavo del entorno, de la fatalidad, de una personalidad que a veces me empuja al abismo, en mí está la voluntad de regresar a la luz y darle la vuelta a todo.