¡MENUDAS PINTAS!
Siempre he sido un novelero empedernido.
En aquella ocasión me dio por el patinaje en línea y ahí sigue el equipo completo arrumado en el armario de la entrada, desde tiempo inmemorial, junto con los esquís y un par de mancuernas. Le dediqué no pocas horas y llegué a coger un buen nivel o eso creía yo. Ahora sí, mis patines son de la mejor marca posible y me llevaban flotando por los carriles asfaltados de parques y plazoletas. Hasta me apunté a clases los fines de semana. Con toda la ilusión del mundo me iba cada mañana en la moto y con la mochila a la espalda. Me salían los giros, practicaba el eslalon y conseguí coger cierta velocidad a lo largo de las avenidas. Me encantaba ese deporte, que tanto me recordaba al esquí alpino. Me sentía en forma y libre.
Un sábado, después de una divertida jornada, me fui a comer por ahí con la familia y terminé de copitas con mi cuñado por el centro de Sevilla.
—¿Vamos a la plaza de San Andrés a tomarnos otra?
—¡Venga! ¡A ver quién llega el primero!
En esprint, volamos por los callejones adoquinados como almas que lleva el diablo, animados por el alcohol y yo con un subidón de adrenalina gracias al deporte matutino. La noche fría nos sorprendió y volvimos a su casa haciendo eses, aunque sin patines. A la mañana siguiente me levanté resacoso y me pegué un duchazo reparador, pero al sacar el pie de la bañera me quedé clavado, totalmente tieso. No podía moverme. El impacto de la estúpida carrerita había despertado a la hernia latente. Entre lamentos y contorsiones, Quino me ayudó a vestirme. Como pude y con mi casco en una mano, salí a la calle buscando un taxi mientras él llevaría la moto de vuelta a casa ante mi notable invalidez. Al verme llegar de esa guisa, el taxista se apresuró a bajarse del coche.
—¡¡Te has caído de la moto!!—exclamó alarmado.
—¡No, qué va!, es que me vengo arriba a la primera de cambio… —Y después de ayudarme a subir al taxi y durante el trayecto, le conté lo sucedido, dolorido, arrepentido y consciente de que allí terminaba mi carrera patinadora… También aprendí que no se debe prejuzgar a nadie ante una situación concreta o por sus pintas.
¡Menudas pintas!