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LUGARES COMUNES

 

Estos días atrás, las lumbares me han dado la lata y, con el miedo a una recaída o a que volviera la temida ciática, he parado el ritmo de entrenamientos.

Ayer, por fin, salí de nuevo a probarme y, en vez de correr por el paseo marítimo a lo largo de la desembocadura, decidí subir trotando al Espíritu Santo, seguir hasta La Jara y vuelta a Las Piletas. Seis kilómetros de Garmin para no pasarme ni quedarme corto en mi camino hacia la anhelada media maratón del 30 de enero.

Al final, a la altura del club de la Sociedad de Carreras de Caballos, aprovechando la bajada, me atreví a esprintar los últimos metros para, después, seguir andando hasta casa. Con la respiración aún entrecortada, adelanté por la acera a una familia con dos hijos. La niña, con voz muy dulce, le iba diciendo a su madre: «Mami, con el viento que hace, no tengo apenas que andar, el viento me empuja y voy sola».

—Claro, mi vida, es que el aire tiene mucha fuerza —contestó la madre con enorme ternura.

—¡Que mueve las olas del mar!, el aire —improvisó la chiquilla.

—¡Aquí tenemos a una futura poetisa! —dije dándome la vuelta a unos metros por delante de ellos.

Epítetos manidos, frases hechas, lugares comunes que llenan novelas, poemarios y canciones y que tan denostados están, pero que, bien usados, en su momento dan musicalidad.

Jaime Sabater Perales

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