SWING
«Somos víctimas propicias de una antigua maldición, hemos de ganar el pan con el propio sudor. Menos mal que aquí en Sevilla la vida tengo ganada, porque con tanto calor sudo aunque no haga nada», grabó nuestro querido Silvio allá por 1995. Pero hasta él tuvo que currarse el éxito por muy bohemio, canalla y borracho que fuera. Y tanto se lo trabajó que hasta hoy perdura su impronta musical y su legión de fieles seguidores entre los que me encuentro.
Su figura me atrae de tal manera, que mi primera novela está salpicada de su música y su sombra. Esa tiniebla maldita que lo eleva a la rara categoría de personaje sevillano, solo al alcance de un puñado de seres tocados por la chispa de la genialidad.
Sí, me gustan los borrachos sinceros y con ángel. Los que tienen una historia que contar y una pena que ahogar, sin llegar a meter la pata ni a vomitarte encima.
A Silvio había que dirigirlo, aunque él no tenía dueño ni señor; poseía swing y libertad, y eso, querido lector, está al alcance de nadie.
Yo que ni canto ni bailo, sino todo lo contrario, trato de buscar el ritmo en las letras y así, al menos, conseguir moverte la patata y la sesera. Y no sabes lo que sudo para ello. Ojalá tuviese el don del maestro o fuese siempre verano en Sevilla, pero tengo que «plantarle vida a la hora», como dijo Jesús Álvarez en la presentación de Fontaneros y poetas, y seguir a pies juntillas la maldición del Génesis.
Aquí te dejo otro domingo en la cama, con el café puesto o quizá con una cerveza, leyendo mientras llega un amigo que te diga las cosas a la cara y que, de momento, no tenga quien le pague el vino.