RUMBO A LAS ESTRELLAS
La carretera sinuosa nos llevaba y subía, guiados por el GPS, a la Finca el Bosque.
Robles, encinas, pequeñas huertas, polígonos industriales, urbanizaciones, rotondas y más curvas en un paisaje ‘naturcial’, que diría mi hija Marta, muy aficionada a inventar palabras con sentido.
Pasamos a Guadalajara, ¿o no? Un puente sobre el río Tajuña, más árboles, menos casas, y por fin el sitio en medio de la nada, a una hora del hotel de Rivas Vaciamadrid donde habíamos dormido los de fuera.
El bosque supramediterráneo de la Alcarria alcalaína me trajo a la memoria a don Camilo y su viaje. Se respiraba a lavanda y a paz en el ‘chateau’, a pesar del gentío y la cantidad de coches desplazados para la reunión anual de la empresa.
Un desayuno contundente y manos a la obra. Había que presentar todas las unidades de negocio: fotografía actual, objetivos para el año que viene, fortalezas y debilidades. Todo en un pequeño hemiciclo abarrotado, con los tres jefes de jurado y una tarima para tragar saliva y no salir muy despeinados.
Este año me libraba, no tenía que defender mi proyecto, así que llegaba sin presión, dispuesto a disfrutar, escuchar y aprender.
Después de la jornada matutina y el almuerzo, se hicieron grupos de trabajo para proponer negocios nuevos. Tormenta de ideas. ¡Me encanta!
Más tarde, participamos en una suerte de concurso gastronómico y de coctelería. Después la cena. Por último, un fin de fiesta apoteósico, que allí se quedó y que provocó alguna sábana pegada, por no hablar de la carita descolgada de más de uno…
Vuelvo, ahora, al primer día, cuando los jefes abrieron el encuentro. Y no tengo más remedio que nombrarlo. Lo volvió a hacer. Esta vez sin fontaneros ni poetas. Paco Núñez, en una sala de reuniones en Pezuela de las Torres, detuvo su discurso corporativo, dejó de hablar de negocio y nombró mi novela. Puso en valor el costumbrismo y la capacidad creativa. Encumbró mi labor de escritor compaginada con la de transitario. Por poco me escondo debajo de la mesa de la vergüenza, no esperaba ese giro. Tampoco esperaba que mi vida virase tan a favor de viento en esta última década.
Gracias, Paco, gracias, Altair, por alentarnos a henchir esta vela, que nos empuja rumbo a las estrellas.