«Lástima que terminó…»
Qué despacio pasa todo y a la vez qué rápido. Hace nada que mis hijas nacieron y ya son dos mujeres a punto de volar. Situarme en el presente es lo que hago cada día y cada noche cuando me vuelvo a meter en la cama, aunque hay mañanas, como esta, en la que al tiempo le gusta jugar conmigo y me balancea entre capítulos de mi vida. Se me hace complicado, durante esos minutos, no dejarme arrastrar por el espejismo nostálgico o, incluso, no sentirme culpable por trasladarme a momentos pretéritos sin el permiso de mi yo actual, que suele ejercer la autocensura de forma implacable, pero que también se hace trampas a sí mismo y gusta de fisgonear por el ojo de la cerradura cual voyeur viajero del tiempo.
La memoria y los sentidos son la más potente máquina del tiempo, con la que muchos han fantaseado, incluso investigado profundamente. Ya llegará esa fase en la que podamos avanzar y retroceder a capricho, pero, hoy por hoy, me quedo con la mano derecha, que salpica de letras lo que mis recuerdos van sacando afuera, tamizados por la conciencia y empaquetados en fascículos semanales.
Algunos instantes dejaré en el tintero por respeto a determinadas personas, incluso a mí mismo o quizá por miedo de no abrir yo qué sé que puertas que dejen paso a los fantasmas.
Hoy, cuando el año se acaba, miro atrás y me doy por satisfecho de lo vivido y de cómo he bandeado el día a día. Clavo mi piolet en el 31 del último mes y, como el cerdito Porky de la Warner, os digo que «Pronto volveremos con… más ilusiones»
Feliz año nuevo