CONTUMACIA
La resiliencia es la «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa», dice la RAE. Que nada tiene que ver con la resistencia al cambio que solemos demostrar las personas, sino, más bien todo lo contrario.
¿Por qué será que aun sabiendo de nuestros defectos seguimos repitiendo los mismos comportamientos? Y eso el que al menos los reconoce. La mayoría ni los detecta o incluso los siente como virtudes o características «simpaticonas».
«Es que es mi personalidad, mi esencia. No lo puedo evitar».
¿En serio no puedes evitar llegar siempre tarde? ¿Tampoco ser maleducado o grosero? ¿De verdad me dices que es parte de tu personalidad mear sin levantar la tapa del wáter o hablar con la boca llena?
Siempre digo que si reconociésemos nuestros grandes fallos o las cosas que hemos hecho tan mal a lo largo de la vida, acabaríamos todos tirándonos por un balcón. Pero entre el auto-flagelo y la justificación infinita, existe el término medio, que es donde se supone que está la virtud.
Tenemos que aceptarnos, querernos a nosotros mismos, aunque es mucho más importante obligarnos a cambiar; estar en continua evolución para ser mejores personas, más amables, menos chocantes.
El otro día un amigo, entre copa y copa de manzanilla durante un vía crucis sanluqueño, me dijo que yo era un encantador de serpientes, pero en el buen sentido de la palabra. Traté de buscarle el «buen sentido» a esta parte de mi personalidad de la que se hacía eco. ¿Será que soy un «bienqueda», que seduzco a las personas para conseguir determinados fines, para llevármelas al huerto?
Me quedo con que mi amigo tuvo la confianza y la gracia para decírmelo. Me quedo con recibirlo de buen grado, con pararme a pensar en ello y pasarlo por el tamiz de la autocrítica.
Y como casi siempre, tiro de don Enrique y recuerdo cuando nos reñía por volver a caer en el mismo tropiezo y nos gritaba:
«¡¡La contumacia!!: ¡la perseverancia en el error!».
