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NI MÁS NI MENOS (III)

Suelo decir que disfruto de dos épocas del año como si perteneciese a la upper class. Una es la Feria de Sevilla y la otra el fin de semana que pasamos en Zahara de los Atunes.

Con la Feria me ocurre desde que empecé a trabajar en la agencia de aduanas con diecinueve años y cobrábamos una paga extraordinaria en abril, que me pulía durante esa semana sin pensar en nada más. Lo de Zahara ha sido progresivo desde aquella comida informal, de pie, muy señoreada y «tuneada» en la que a la hora de pagar quedamos cuatro gatos y me dejó la cuenta corriente temblando. Allí prometí que no me pasaría más, no por primo, sino porque regresaría mejor pertrechado y con más mano izquierda. Yo invitaría cuando, donde y a quien me diese la gana.

No me lo toméis como una fanfarronada ni como falta de elegancia al hablar de dinero, pero ya sabéis que me crezco ante la adversidad y que aprendo de los varapalos.

Ni más ni menos que el fin de semana de este año que ha coincidido con mi cumpleaños y hemos disfrutado como enanos desde el viernes hasta el domingo.

¡Que nos quiten lo bailao!

De ruidos y silencios, de bullicios y soledades trataba esta trilogía veraniega, que se cierra con una llamada telefónica:

—Papá, Trébol se ha puesto peor, no quiere comer y le cuesta la misma vida salir a la calle —dijo mi hija Marta desde Sanlúcar.

—Llévalo al veterinario, ya sabemos lo que tiene desde noviembre y está aguantando como un campeón. Llámame luego…

—¡Voy para allá! —dije cuando supe…

Siempre lo mismo; las dos caras de esta moneda que va cogiendo pátina entre risas y llantos.

Trece años —¡vaya número!— has disfrutado a cuerpo de rey. Mimado entre algodones y querido por todos los que te han conocido. Tragaldabas, simpático, cabezón y vitalista. Siempre soñando con un pollo asado detrás de la puerta, que te impulsaba a volar de vuelta del paseo.

Vuela ahora, Trébol, al cielo de los pájaros y de las criaturas que gozan del soplo divino. Y sigue dándonos la suerte de la que gozamos desde aquel día que te vimos esas orejas largas por primera vez.

Jaime Sabater Perales

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