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NI MÁS NI MENOS (II)

Hoy me despierto solo. 

Desde la cama enorme escucho a Carolina trastear en la cocina. La ventana abierta con el sol ya fuera acerca a mis oídos el rugido de la ciudad y el trinar de los pájaros que me animan al trajín diario. Al que me resisto con el dedo gordo derecho tecleando la pantalla del teléfono, que recoge, ni más ni menos, lo que necesito expresar. 

Las niñas se fueron ayer a la playa. Se llevaron a nuestro maltrecho perro que aguanta estoicamente su mortal enfermedad como si no fuera con él. Con el mismo apetito de siempre y dando la misma guerra. El mismo ruido que hicieron ellas, mis hijas, para llenar las mil maletas que abastezcan la canícula al completo. Pero no sin antes reunirnos para sentar unas bases de convivencia que nos permitan aguantarnos las cuatro estaciones.

Hoy me quedo sordo.

Aprender a disfrutar del silencio sin compañía me ha costado mucho. La escritura llegó para enseñarme y aportar paz interior. Aunque el martillo pilón de la obra de la calle, que no termina nunca, trate de despistarme. 

Estoy en la senda. Lo tengo cada día más claro. Necesito al ruido tanto como al silencio, pero a mi ritmo, sin imposiciones ni salidas de tono que rompan la armonía que le conviene a mi eje vertebral, que mueve mi mano desde la lucidez de las ideas hasta el papel; hasta el proyecto profesional y personal que marcan la ruta. Certera o fallida, pero, en definitiva, dictada desde el lugar de las almas limpias.

Bendita soledad, amado silencio, no tardéis demasiado en devolverme al mundanal ruido. 

Jaime Sabater Perales

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