Je suis désolée! (1)
Darle la vuelta a todo supone un ejercicio a veces constructivo, otras disruptivo, aunque siempre revelador.
Arrancar cada día implica romper con la noche, con la comodidad y la protección, para enfrentarnos a la luz y salir del obscurantismo.
Las dos caras de toda moneda luchan por prevalecer ante la imposibilidad de permanecer de canto. Nadie consigue simultanear la bondad y la maldad al unísono, aunque todos somos conscientes de que convivimos con ambas cualidades, y que, curiosamente, cuando buscas una de ellas, el karma te empuja hacia la otra.
— Pero ¿cómo puede ser?
—Pues así es y no me preguntes por qué. Llámalo ley de la atracción, miedo al cambio, fatalidad… Pero ¿quién no ha sacado un aprendizaje de una situación nefasta o, por el contrario, se ha sentido desolado en un momento maravilloso?
Hablando de atracciones y dejando un poco de lado estos efluvios filosóficos que emanan de mi ser esta mañana, después de subirme en las más aventureras, de todas las que ofrecen los dos parques que tiene Disney a las afueras de la ciudad de la luz, comprobé que ya no siento el vértigo y el canguelo que me dominaban de joven. «¡Qué bien!», pensé al soltarme de manos en la caída libre de la torre del terror. «¡Quiero más!», grité al bajarme de la montaña de emociones que genera Star Wars. Y así una tras otra… Y entonces recordé cuánto odié a mi hermana mayor por subirme, aquella vez, a un artefacto vertiginoso en la feria de Sevilla. Y eché de menos el miedo. Añoré, rodeado de luces, risas y colores, al niño cagón incapaz de dar la voltereta en la cama de sus padres, al que se meaba en la cama con tal de no levantarse a oscuras, al no tan niño, al que tanto le costó cambiar de trabajo…
Anhelé la inseguridad.
Y comprendo, ahora, de nuevo inmerso en la rutina, lo bien que sienta colocarse boca abajo sin perder la perspectiva, agradecer los regalos que ofrece la vida, rechazar el egoísmo que nos ciega y tener la capacidad de dar sin esperar nada a cambio.
¡Atrévete! Dale una vuelta.