UNA O NINGUNA
—¿Cuántas veces has ido a Nueva York?
—Una o ninguna.
—¿Y a Londres?
—Pues igual: una o ninguna.
Empiezo el viaje estresado y lo termino encantado.
Londres me ha vuelto loco en todos los sentidos. No sé cruzar las calles, no sé conducirme por el metro. ¡Izquierda, derecha, izquierda, derecha!, ¡ar! No paran de pasar coches de policía con las sirenas sonando a revienta calderas. No deja de llover. No dejamos de comer y de beber.
One large beer, please!
Entre aviones, taxis, trenes, buses y metros, Alejandro Magno conquista Persia en La sangre del padre, y las momias egipcias atraviesan mi alma en el Museo Británico. El gran expolio imperial que aún se resisten a devolver. Pero, claro, para nuestro disfrute. ¡¡¡La piedra de Rosetta a un palmo de mis narices!!!
Mi cabeza sigue en el trabajo mientras avanzamos por Picadilly Circus en una tarde cerrada, negra, fría y lluviosa de un Londres mal iluminado que nos muestra su Real historia isabelina y victoriana, grandiosa y orgullosa, sin complejo de clase ni de nación, que sabe vender su historia y su bandera con flema y dignidad. Y el sonido del Big Ben marca el final del free tour y nos vuelve a abrir el apetito.
Tres días de ensueño y de pies destrozados. De horarios europeos y comidas rápidas, de mercadillos y parques, de risas y besos. De alguna discusión arrastrada desde origen, que se disipó con la niebla y que nos abrió el cielo londinense para nuestro corazón.
Ya es ‘una’, ya es mía esta ciudad. Tarde, pero necesaria. Tenía ese hueco en mi mente, en mis sentidos… Y regreso henchido y satisfecho, más enamorado.
—¿Y entonces?, dime, Jaime: ¿Cuántas veces has ido a París?
—… ‘Siempre nos quedará París’.
