Diario por la borda
04.35 Abro el ojo pegado (el otro no responde), noto la vejiga llena, cojo el teléfono, que me deslumbra, me incorporo con cuidado. No me duele la espalda. ¡Bien por mí! Apoyo los pies en la tarima flotante y echo a andar a ciegas buscando la puerta. Me tropiezo con una caja de zapatos, me tropiezo con un calcetín y con una zapatilla, que me calzo (la otra no responde a mi otro pie descalzo). Salgo cojeando al pasillo y la casa está en silencio. Los cuartos de las niñas están cerrados. Todo apagado, menos la lámpara de la entrada. Todo en orden, menos mi ojo derecho que sigue sin responder. Meo ruidosamente.
04.37 Sigo meando, ahora sin tanto ruido, pero no termino. Me acuerdo de mi padre y de su próstata. Todo llega.
04.38 Vuelvo a la cama y miro de nuevo el teléfono. Hay mensajes de WhatsApp. No los leo. Tengo que escribir el relato del domingo, pero el sueño me domina y es demasiado temprano. Mi lengua roza mis muelas, sabe a metal y está seca como la zapatilla que se ha escondido debajo de la cama. El vaso de agua brilla junto al teléfono activado. Lo cojo y le pego un buche largo. «¡Qué invento más bueno este del agua! Así da gusto ser un ser humano», pienso y caigo sumido en un profundo sueño.
06.45 «¿Quién pondría el vaso de agua de nuevo en la mesilla?», trato de recordar mientras que bostezo ruidosamente y me estiro en la cama a todo lo que da. «¡Bien!, el gemelo izquierdo no ha saltado por los aires. Las pastillas de magnesio están haciendo efecto. Otro buen invento humano; parece cosa de brujas…», pienso a la vez que siento la musculatura tensa de brazos, tórax y piernas. Los mil metros de ayer en la piscina se notan y los agradezco. He dormido muy bien y aún quedan endorfinas en mi cerebro, pero el relato no está escrito y hoy es jueves; el día del tonto…
06:50 Cojo el teléfono y leo los mensajes de anoche. Nada trascendental. Algún mensaje trasnochado del grupo de amigos. Entro en Face, entro en Insta, tres TikTok. «¡Venga, Jaime!, que hay que escribir, ¡deja las redes!», dice Pepito y abro el procesador de textos.
07.10 ¡¡¡Alarma, warning, cosorro!!! ¡No me se ocurre na! ¡Pero na de na! ¡¡¿¿Qué cuento, qué digo, qué pienso??!! Qué saco de este cerebro disléxico matutino que parece una magdalena seca, dura y olvidada en una esquina de la balda de las meriendas.
07.30 Miro correos, reveo el cartel de la presentación de Fontaneros y poetas para el día 14 de marzo en Sanlúcar de Barrameda. ¿Llenaré la sala? ¿Lloverá? ¿Venderé muchos libros? Sigo sin escribir nada. La maldita página en blanco y la hora de levantarse que apremia.
08.00 Estoy escribiendo. Una chispa ha surgido. Un robo sin permiso. Para escribir hay que leer a otros seres humanos; es fundamental, y a quien leo ahora es muy ingenioso, divertido y fresco. Desde la primera página tengo la sensación de haber leído ya esta novela o, al menos, algún capítulo. No sé, quizá hace tiempo, quizá en otra vida o en otro plano, quizá se trate de un deyavú continuo.
08.25 Ya en la ducha, empieza la vorágine, se disuelve el escritor y me voy en dextrógiro por el desagüe de la bañera, para dar paso al transitario, que empieza a maquinar viajes de mercancías. Ya volveré en forma de escritor.
08.30 Gracias, Eduardo Mendoza, por Sin noticias de Gurb, me está encantando o quizá ya me encantó, qué sé yo.