¡¡VIVA SAN FERMÍN!!
Llevo toda la vida queriendo ir. Trato de ver en directo cada encierro y empatizo con los mozos, que saltan nerviosos a la espera de que se abran los corrales y aparezcan los cabestros y los toros por el callejón.
Ese gusanillo engancha. El momento previo de realizar algo emocionante, se disfruta, incluso, más que el propio acto, que no deja de ser algo efímero.
Unos lo llaman procrastinar, yo le digo disfrutar de los preliminares.
Los fuguillas hemos aprendido a dilatar el tiempo, a alargar los aperitivos para saborear mejor el plato fuerte.
Desde la semana pasada, quiero actualizar una oferta, una muy importante que supondrá mucho negocio. Tengo los mejores costes, la simpatía del cliente y unos antecedentes inmejorables, pero no veía el momento de meterle mano. Cada vez que me ponía, otra actividad se adelantaba a mis ojos, distraía mi atención y justificaba el pánico escénico.
Una llamada, un vaso de agua, un té verde, voy a hacer pipí, miro el WhatsApp, me largo al gym… Hasta que el jueves por la mañana, dos horas antes de ir a comer con el mismo cliente para tratar de otros asuntos, me clavé en la silla y puse mis músculos y neuronas a la orden del «tema que te quema».
¡Guay! ¡Requeteguay!, todo cuadraba, el servicio se mantiene y los precios bajan de forma sustancial. Lo comprobé de nuevo, estaba correcto, no había dudas. Generé el archivo, abrí el correo y, sin más dilación, lancé la oferta. «Por fin», dije mientras el mensaje iba navegando de un servidor a otro hasta que llegó a la bandeja de entrada del destinatario, que lo abrió, me llamó y comentó: «Buen trabajo, seguimos embarcando».
Lo tengo muy claro, no pasa otro año. En 2024, si Dios quiere, por estas fechas estaré en Estafeta gritando:
«¡¡Viva San Fermín!!»