TODO QUISQUI
Aquella noche de abril de 1990 la Feria rugía.
No se cabía en las calles y las casetas saltaban de puro jolgorio.
Por aquel entonces los jóvenes despreciábamos el día en favor del descanso e íbamos haciendo aparición, como zombis engalanados, a la caída del sol.
Arrastré a todos mis amigos a Pascual Márquez 202 y la pusimos de bote en bote cuando los padres empezaban a retirarse. Llegó un momento en el que era imposible, tan siquiera, moverse desde la entrada hasta el fondo. Imaginad tratar de bailar una sevillana o sentarse alrededor de una mesa.
Con buen criterio, dos de mis primas, a falta del portero, que ya estaría en su casa durmiendo, decidieron controlar el aforo para aliviar la algarabía.
En todo ese tumulto, que a mí, por otra parte, me dislocaba, una de las niñas entró a buscarme a la trastienda casi como una exploradora con un machete a través de la selva.
—Jaime, ¡ahí fuera hay un grupo de amigos tuyos que quieren entrar! —dijo Chipi con cara de pocos amigos— ¡Y no se cabe!
Con el mismo esfuerzo que hizo para llegar hasta mí, la acompañé a la puerta tratando de no distraerme con los saludos de amistad exaltada a través del denso camino.
—Hola, buenas noches —saludé a un grupo de chavales—. ¿Quiénes sois? —dudé al no reconocer ninguna cara, no sé si por la falta de luz de la entrada o por la jumera de manzanilla que llevaba en lo alto.
—No, no, es que íbamos paseando por el Real buscando ambiente y unos conocidos nos han indicado que fuéramos a Pascual Márquez 202 y que preguntásemos por Jaime Sabater, que tiene la caseta más animada por la noche de toda la Feria…
Me disculpé como pude con ellos, que continuaron su deambular, mientras que todas las niñas me rodearon para echarme la gran bronca, aunque muertas de la risa.
—Sabater, ¡deja de invitar a todo quisqui!
—¿Yo…? Pero si solo se lo he dicho a mis amigos.
—¡¡Que son media Feria!! —replicaron al unísono.