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«TIME, IT NEEDS TIME […]»

 

Qué distinto resulta cómo te ven los demás, la luz que desprendes, a cómo te sientes tú.

Este rollo melancólico costumbrista que me persigue no es más que una capa de maquillaje que tapa mi desvergüenza. Es muy complicado reconocerse a uno mismo, incluso frente al espejo. Definir cuáles son tus rasgos personales. Si eres optimista, desprendido, caprichoso o fatalista. Si tienes claras, por fin, tus metas o sigues buscando «eso», que ni Dios sabe.

Con veinte años sí tenía muy claro que buscaba la cama los domingos para descansar del maratón fiestero del fin de semana. Las tropecientas copas de White Label con Coca-Cola me dejaban listo de papeles hasta el martes que recuperaba la alegría.

Aquellos domingos me atrapaban en un pozo negro de depresión y arrepentimiento. La fatiga y el hastío carcomían mis entrañas. «Tengo que estudiar, mañana empiezo a nadar, cómo me duele la espalda, no vuelvo a salir, qué asco de tabaco. ¿Cómo la dejé ir? Vaya tela cómo está el cuarto y vaya tela la tía de anoche».

Los guisos de mi madre y la vuelta al orden semanal disipaban los nubarrones y dejaban a los fantasmas aparcados en aquel rincón oscuro de mi habitación. Negro como el botón del play del equipo de música que cada domingo, después de otros dos días de juerga, pulsaba para regodearme debajo de la manta escuchando, casi con masoquismo, el «Still loving you» de los Scorpions.

Jaime Sabater Perales

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