SEVILLA, NO TE DISUELVAS
La Semana Santa ha pasado casi sin pena ni gloria, al menos en cuanto a procesiones se refiere. La mañana del Martes Santo aproveché para entrenar y a la vuelta y en pantalón corto me di un paseo por el centro, que estaba abarrotado a esas horas. Hacía frío y las nubes volvían a amenazar la tranquilidad que tuvieron las que el lunes salieron a realizar su estación de penitencia.
Yo no soy muy cofrade, que digamos, y en cuanto la conversación se adentra en profundidades de marchas procesionales, estrenos, titulares y demás tecnicismos, hago más agua que la que ha caído estos días.
El mismo martes por la noche, algo perezosos y cansados, salimos a dar un garbeo sin pretensiones, pero no pasamos de Nervión. Los bares estaban de capa caída por la movilización del centro. Al final, entramos en un mejicano con mucha enjundia, del que dicen que tiene ‘mano de santo’ en sus fogones. Cervezas heladas y platillos exquisitos. Todo genial, pero a las once y cuarto empezaron a recoger avisando el cierre y aligerando a los clientes. Lo mismo que nos pasó en Londres, lo mismo que está ocurriendo en todos lados y que aquí parecía que no iba a llegar. Los horarios europeos que se impusieron en la pandemia se han quedado para no marcharse. Tendrá que ser así. No seré yo quien diga lo contrario ni quien imponga mi voluntad o mis ganas de disfrutar un poco más contra las normativas municipales o empresariales, pero anoche no sabía si estaba en Londres o en Sevilla, si pedir la cuenta con acento de Huesca, por ejemplo, o en perfecto inglés, si ir en busca de la recogida de una procesión o darme un paseo por la Quinta Avenida de Nueva York…
Globalización, miedo me das. Ya he visto una imagen de Cristo con chubasquero. Espero no tener que ver una señora de mantilla con botas de agua o un coche de caballos en la Feria con espejos retrovisores.
Sevilla, ¡aguanta!, no te disuelvas, que eres muy moderna, pero, por Dios, no pierdas tus tradiciones.