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SELECCIONES

 

En la presentación de «Mis relatos favoritos», Salvador me preguntó por mis referencias literarias. Hoy, sin la presión de una sala más que abarrotada y un tiempo limitado, mi mente viaja por los rincones de la memoria con más soltura.

La casa del Prado estaba atestada de libros de pasta dura en edición de lujo que llegaban con la revista mensual Selecciones del Reader’s Digest, a la que estuvo suscrito mi abuelo. Cada libro contenía varias novelas de éxito, condensadas, que mi padre criticaba por ser sucedáneos de las originales. Pero a mi abuelo —el coronel— cuando le daba por algo no cesaba hasta aburrirse. En todas las estanterías se acumulaban montones de libros que nos hemos repartido sus nietos por cada casa. De vez en cuando, cojo uno, ojeo sus amarillentas páginas, reconozco sus iniciales manuscritas en la primera (E.P.), estornudo y lo vuelvo a dejar en el mueble.

Aquel día del año 83, recostado en la cama bajo la ventana de mi dormitorio, leía una de esas novelas sintetizadas. «La pistola de burbujas» era el título de la historia de un chaval, como yo, que inventó una pistola para hacer burbujas de jabón.

Mi cuarto había sido el dormitorio de Lupe, la tata de la casa que murió tan joven, y a la que no le dio tiempo de vernos crecer. Al abuelo tampoco le dio mucho tiempo, y la abuela empezaba a estar senil, por eso nos fuimos a vivir con ella.

A la vez que escuchaba como los autobuses de la estación arrancaban motores para iniciar sus viajes repletos de maletas y caras anónimas, seguí enfrascado en aquella lectura, hasta que mi abuela, con sus temblores de arteriosclerosis y la mirada algo perdida, entró en la habitación.

—¿Has visto a Lupe? —me preguntó desde el umbral mientras revisaba toda la habitación.

—¿A mamá dices, abuela? —repliqué para tratar de devolverla al presente y quitarme el erizo que se me había levantado en la espalda.

—Eso, hijo… ¿Qué si has visto a tu madre? —contestó y siguió camino de la cocina después de decirle que estaba allí.

Presente, pasado, vivos y muertos revolotearon por la habitación, por mi memoria y sobre mi espalda. Volví a la novela y, emulando al protagonista, creé una gran burbuja imaginaria, volátil y protectora.

Jaime Sabater Perales

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