¡SALID DEL HUEVO!
«La tristeza, el miedo y la angustia, nos dicen, son signos de debilidad», leía en un artículo de tantos que pululan por las redes.
Hay que ser felices sí o sí y huir del sufrimiento, parece que nos enseñan. Y es verdad. Tenemos la obligación vital de buscar el bienestar y la dicha. Y es en ese camino donde nos enfrentamos al dolor, a la pena, a la mentira y a las demás miserias humanas.
Pero, por favor, ¡salid del huevo de una puñetera vez! No seréis felices del todo, nunca sentiréis la verdadera emoción del encuentro con uno mismo, si antes no habéis estado al borde del precipicio.
No quiero una vida fácil para las dos que me suceden. Tiendo a darles de todo, pero luego me arrepiento, porque les haría un flaco favor. Las convertiría en dependientes de la satisfacción sin esfuerzo, de las metas cortas. Haría de ellas unas drogadictas de la sonrisa vana.
Sin embargo, a mi alrededor nadie quiere sufrir. Casi todos se apoltronan en huequitos conseguidos con esfuerzos, que ellos cuentan como titánicos. Logros que no tienen cicatrices porque ya venían de fábrica con tiritas y entre algodones.
Abandonad la cueva, hijas mías, dejad atrás el calor del hogar y saltad al vacío. Sentid el miedo en el cuerpo y el aire fresco en la cara. Yo os daré la mano, os empujaré, y tengo un paracaídas escondido por si hiciera falta.
Nunca os deis la vuelta cuando haya un lobo delante de la puerta. Haceos amigas de él, alimentadlo durante un tiempo, no dejéis que os coma y, en cuanto se descuide, seguid vuestro camino, sin haber perdido el alma.
Quizá os suene a cuento chino, a cosas de padre que empieza a chochear y que parece que os quiere quitar la paga.
¡Allí nos vemos!, en el lugar de los sueños. Lleváis la mochila repleta y todo mi corazón. Volved cuando queráis y llenadme la casa de nuevas sonrisas y heridas curadas.