REPELUCO
Dos bustos de una pareja africana esculpidos en ébano adornaban el tocador del dormitorio inglés de mis padres. Mi madre usaba el de ella para colocar los collares y peinar las pelucas, muy de moda en los setenta. Las caras eran tan realistas y el color tan negro, que me generaban cierto desasosiego mirarlos cuando, jugando al escondite, entraba a oscuras en la habitación.
El coronel, en sus viajes a Fernando Poo y a Sidi Ifni, trajo muchos objetos de artesanía. Como las espingardas labradas que adornaban el pasillo de la casa del Prado, los bustos o una manta de piel natural, que mi madre sacaba del armario los días de frío intenso.
Aquella tarde, yo estaba merendando una tostada con mantequilla y azúcar y un colacao en el salón de la calle Bami, mientras veía los dibujos animados. Mis hermanos mayores se dejaban sentir en el pasillo. A mi madre hacía rato que no la veía, andaría liada con mi hermana pequeña en la cocina.
—Jaime, mamá se ha acostado. No se encuentra bien —dijo Marta al entrar—. Dice que vayas a darle un beso.
—Sí, la pobre, pero no enciendas la luz, que le duele la cabeza —secundó Javier, que apareció detrás con media sonrisa disimulada.
Sin dudarlo, dejé la tostada y fui a buscarla al dormitorio, que permanecía en penumbras con la persiana echada.
—Mami, mami, dame un beso —dije desde el umbral mientras me acercaba por un lado de la cama.
Al llegar a su altura la observé tapada hasta la cabeza con la manta de piel. Solo se apreciaban algunos pelos, ya que miraba para el otro lado.
—Mami, un besito —insistí al no moverse ni tener respuesta.
Parecía dormida, pero necesitaba su abrazo. Por encima de la manta me eché sobre ella. Su cuerpo se desinfló y la cabeza rodó por la almohada. Di un grito de espanto y un escalofrío recorrió todo mi ser.
—Sois imbéciles —dije con la cara aún descompuesta al ver a mis hermanos asomados por la puerta y muertos de la risa.
Le habían quitado la peluca al busto, sacado la manta del armario y se habían ocupado de rellenar de cojines la cama para que pareciesen mamá y su abultado trasero.
Desde entonces, tanto las pelucas como las mantas de piel me producen rechazo y algo más que repeluco.