RELATIVIDAD
Doy vueltas y más vueltas por mi mente buscando de qué escribir, pero no le saco punta a nada con lo que merezca la pena llenar el folio.
Los últimos relatos han sido contemporáneos y necesitaba volver al niño. He regresado al club militar detrás de alguna anécdota que os despertara la memoria o que os provocase una sonrisa. También he viajado por el túnel del tiempo hasta el cuarto de baño pequeño del piso del Prado en el que, cada mañana, desfilábamos cinco personas peinándonos, lavándonos los dientes…, mientras que mi padre, detrás de una cortina de ducha modificada, leía el periódico sentado en el trono «haciendo ganas», decía.
Tiempo y espacio son dos magnitudes, a mi entender, relativas y manejables. No me quiero poner científico ni filosófico —no tengo conocimientos para ello—, aunque algo me dice que algún día podremos romper las cadenas del aquí y el ahora. Podremos retroceder y avanzar en el tiempo como si de una aguja sobre un disco de vinilo se tratase, o desplazarnos de un sitio a otro con un chasquido de dedos.
De momento, sigo recordando aquel minuto en el que entraba a lavarme la cara, peinarme y salir pitando para no llegar tarde a clase, y mi padre, en ese mismo lapso, pasaba una página del Diario 16 del día anterior. Mismo espacio, mismo tiempo, pero qué diferentes percepciones.
Por eso, ahora, tiendo a escribir del presente, porque está siendo muy amable conmigo y me sonríe. Porque este tiempo transcurre sin rozaduras ni estridencias; casi en volandas me lleva. Y a él me aferro como gato panza arriba.
Señores del «cualquier tiempo pasado fue mejor»: no se trata de añoranzas, el secreto consiste en echarle bemoles al presente e imaginar un futuro brillante. Todo, claro está, sin olvidar de dónde venimos.