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QUIERO Y NO PUEDO

 

Siempre he tenido dos debilidades.

Mi primera debilidad fueron las niñas pijas. No las pijas pastel, que se lo creen por ir vestidas de una forma determinada o por hablar con la patata en la boca. Me refiero a las genuinas, las que parecen de otra especie humana. Aquellas que se atusan la melena de una forma hipnotizante. No sé si me seguís o me tomáis del tirón por gilipollas, pero de joven las distinguía de lejos mezcladas en un grupo de cincuenta con el mismo uniforme de colegio de monjas. Entre todas ellas, la ideal brillaba y sobresalía del resto como una gacela de Thomson entre un grupo de ñus. Si encima me hablaba con aquel acento aprendido en su Club Secreto Internacional, directamente moría y hubiese sido capaz de llevarla a Massachusetts en la moto, si me lo hubiera pedido mientras se cambiaba el flequillo de lado.

Me vais a poner a caldo, a tachar de clasista, de capullo, y no sé de qué cosas más, pero escribir es abrir el alma y contar historias. Ya os he contado muchas anécdotas graciosas, otras no tanto, aunque hoy me apetecía compartir esta, mi primera debilidad. No es que me sienta muy orgulloso de ella, pero, qué queréis que os diga, nadie es perfecto.

La segunda debilidad viene más bien de un sentimiento, algo que llevo percibiendo desde hace décadas, y que envidio con la misma salud que intensidad. Se trata de la camaradería.

Todos tenemos pandillas, amigos de la infancia, compañeros del colegio, del instituto, de la carrera, del trabajo… Gente, en definitiva, a la que nos unen lazos de amistad o intereses comunes, pero el concepto superior de camaradería, al que me refiero, está reservado para unos pocos grupúsculos, que yo identifico en dos.

Primer grupúsculo de camaradería: mis amigos que estudiaron en el Colegio Claret de Sevilla

A estos tíos no les basta con seguir organizando, después de treinta y tantos años, la comida de Navidad o con quedar un día para verse en Feria. Los muy mamones montan empresas juntos, se ayudan en los trabajos, se hacen compadres, y hasta se mimetizan en los andares y gestos. Desconozco si después de las clases de catequesis se reunían para aprender a seguir unidos toda la vida, pero no he visto a gente más apegada. Yo, que pasé por varios colegios hasta llegar al instituto, admiro profundamente esta cualidad. Y eso que en mi pandilla somos bastante hartibles.

Hoy me siento animoso y exhibicionista, aunque no vayáis a pensar que estoy de cachondeo. Me considero un firme defensor de la educación «gratuita», pública o concertada, y sobre todo de la mezclada. Cuanta más gente conozcas de toda clase social y condición, más rica será tu educación y tu cultura. En los Estados Unidos todo el mundo asiste a los institutos públicos (High Schools). En España pasa lo mismo en la mayoría de los pueblos, en los que solo hay educación secundaria pública. Allí se forjan amistades que durarán para siempre con independencia del color del interior de la cartera de tu padre.

Segundo grupúsculo de camaradería: los jugadores de rugby, más en concreto los del, ¡hoy por fin!, Real Ciencias Rugby Club

Anoche volví a ver en YouTube, bicheando sobre la final de la Copa del Rey de este año, el vídeo que le grabaron a Paquichi en su homenaje en 2018. Reconocí a muchos de los que aparecieron para dedicarle unas palabras de cariño por su entrega como entrenador y, casi, como segundo padre. La gran familia del rugby sevillano representa el ejemplo más espectacular de camaradería que conozco. Flipo con este sentimiento de hermandad que aguanta el paso de los años.

Como culo inquieto que soy, he pasado por muchos deportes sin llegar a cuajar en ninguno. Tal vez por eso me maraville el hilo conductor que existe entre todos los que han practicado este «deporte de villanos jugado por caballeros» en los míticos Estadios de Chapina y La Cartuja.

Aunque estoy bautizado y confirmado en Claret, no estudié allí. He asistido a muchos partidos del Ciencias y a otros tantos «terceros tiempos», pero fui un día a probar suerte en el campo y al primer placaje salí pitando. Quizá pasar mucho tiempo cerca, pero no dentro, me ha convertido en un curioso espectador, en un quiero y no puedo de estas camaraderías que tanto admiro. O tal vez estas debilidades mías sean fruto de que aquella niña pija se fue con uno que estudiaba en el Claret y que jugaba en el Ciencias. Chi lo sa?

Jaime Sabater Perales

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