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PUBLICITARIO VS. PUBLICISTA

 

Tras la Expo del 92, más perdido que el barco del arroz, continué en el departamento de aduanas de la transitaria, que me había contratado para cubrir la gran demanda de despachos y transportes que la Universal había generado en Sevilla.

Descolgado de cualquier carrera y sin tener la selectividad, decidí compaginar el trabajo con los estudios de publicidad en el mítico Centro Español de Nuevas Profesiones, ahora transformado en EUSA, que por aquel entonces atraía a «niños de papá», malos estudiantes o a gente que, como yo, se había descarrilado del sistema académico tradicional, por decirlo de alguna manera.

El CENP me encantó desde el primer día por su filosofía librepensadora y su método de escoger a profesionales en activo como docentes. Todo era hiperpráctico y moderno. Simultanearlo con el estresante mundo de las aduanas me supuso un esfuerzo tremendo, pero lo aprobé por curso y le saqué todo el jugo que mi mente creativa necesitaba.

¿Publicitario o publicista? Era la pregunta cool que no sabía responder, incluso después de comprar un Mac, un Scanner Agfa y dedicarme a hacer logotipos e imágenes corporativas desde el cuarto de costura de mi madre, mientras seguía gastando suelas por el muelle y el aeropuerto.

Hoy, con la edad de Cristo a mis espaldas en el mundo logístico y el borrador de mi primera novela recién terminado, me quedo con la segunda acepción que la RAE tiene de publicista:

2. m. y f. Persona que escribe para el público, generalmente de varias materias.

Jaime Sabater Perales

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