PICA
En el duermevela de mi resaca, una gota espesa resbala por el surco esternal, mientras el eco de la fiesta me martillea y mi lengua rezuma la última copa de tinto de anoche.
Noto como se acerca, invisible en el astigmatismo de las sábanas, impertinente para mi oído.
Intento ahuyentarlo, pero estoy pegado al somier, hundido en un colchón que me atrapa como un agujero galáctico.
Zumba, silba y calla. Abre mi piel con saliva burbujeante y anestesia mi tacto. Toquetea con su probóscide mis capilares. Ya no hay remedio.
Escupe y chupa, ante mi superlativa mirada, frente a mi gesto nulo.
Falla en el despegue, el zumbido desafina y sus patas se cruzan como hilos de madeja.
El ácido láctico de mi piel le avisó, pero no hizo caso.
Una mano femenina, junto a mi brazo ensangrentado, muestra la víctima espachurrada.
—Este ya no pica más.