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MIS PADRES SON DE CIENCIAS Y YO DE LETRAS

 

Nací el 21/7/70. Por eso mi número de la suerte es el siete.

Aquella tarde de lluvia, los cuatro hermanos, alrededor de la mesa de camilla, jugábamos a no aburrirnos.

—Jaime, Javier, Marta y María —dijo Marta enfatizando las primeras sílabas de cada nombre—. ¿No os dais cuenta?: «Ja, ja; mamá». ¿Nos los pusieron adrede?

—A mí todo el mundo me llama Javier. «Aie, aie». Tienen las mismas vocales y el mismo número de letras —dije algo molesto.

—Marta y María también tienen cinco letras y los dos nombres empiezan por «mar» y terminan por «a» —comentó María, la pequeña—. No me había dado cuenta.

—¡A ver, a ver!, aquí hay más casualidades —dijo Marta, mientras cogía un boli y una libreta en blanco.

Ante los ojos como platos del resto, la mayor de los Sabater empezó a escribir fechas de nacimiento en columnas con el nombre de cada uno:
Marta: 20 de octubre de 1966; Javier: 17 de febrero de 1969; Jaime: 21 de julio de 1970; María: 18 de abril de 1973.

—17, 18, 20 y 21. ¡Ostras! Otra casualidad —observó Javier.

—Falta el 19 —dije yo—, aunque todos lo tenemos en el año.

—Espera, espera, —siguió Marta haciendo cuentas más abajo—:
1966 + 1973 = 3939
1969 + 1970 = 3939
La suma de los años de nacimiento de las niñas es idéntica a la de los niños.

—¡Ala!, ¡qué guay! — solté con sorpresa y algo de incredulidad.

—Pero, esto no termina…, hay más cosas —dijo Marta con ese halo de superioridad que caracteriza a los hermanos mayores—: Javier nació en invierno, María en primavera, Jaime en verano y yo en otoño. ¡Es increíble!

Y así seguimos toda la tarde enfrascados en descifrar los misterios que encerraban nuestras vidas. Sorprendidos por las casualidades que hicieron coincidir a nuestros padres para enamorarse, casarse y formar una familia, con ese lujo de detalle y control matemático.

Letras y números que viajan sin control, que se posan a capricho en momentos puntuales de la existencia humana para formar una red invisible de emociones. Sentimientos que afloran con la única pretensión de demostrar que, sin aquellos mimbres, yo no sería el hombre que escribe hoy.

Gracias, papá y mamá por hacer tan bien las cuentas.

 

Jaime Sabater Perales

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