MI PUÑETERA MADRE
Ochenta y cinco años son muchos, quizá demasiados cuando has visto irse a tantas personas queridas. Enterrar a un marido como mi padre es un golpe fuerte, pero decir adiós a dos sobrinas carnales, a una nuera y a un nieto agrieta el corazón sin remedio.
Se va quedando sin amigas, a todas les da por morirse antes que ella. Ese vacío del alma lo intentamos cubrir los cuatro hermanos de la manera que podemos, siempre torpe e insuficiente.
Cuando se pone mala y acudimos todos a acompañarla, a pesar de lo delicado de su estado de salud, sus ojos reflejan alegría por tenernos a su alrededor, pendientes de cada movimiento que hace.
La Chelo Perales es puñetera y charlatana, graciosa y manirrota, presumida y vitalista. Siempre le duele algo, se queja, no para de quejarse. No habla, grita, y no permite respuesta en sus interminables monólogos.
Cada día discuto con ella, la riño, le pido que me escuche, que controle el dinero, que no coma salado y que trate de salir más. Ella asiente, me mira con disimulado despiste y sigue haciendo lo que le viene en gana. Porque tiene muchos bemoles, la cabeza fresca y más genio que todos nosotros.
Mi madre me saca de quicio, pero muero por ella y por ella mataría si fuera necesario. A ver si soy capaz de convencerla y la llevo un día a la feria con un collar bonito y su vestido nuevo.
Te quiero mucho, mamá.