Me voy pa la Feria
La Feria de Sevilla no solo discurre de sábado a sábado. Las casas, después de la Semana Santa, se vuelven locas desempolvando trajes y burros donde colgarlos, acudiendo a la tintorería, comprometiendo a la costurera. Saliendo de compras detrás de los últimos detalles; a por un par de camisas de vestir que sustituyan a la que ya no le cierra el botón del cuello y a la que se aprieta al vientre por el dichoso slim fit diseñado para maniquís. Las neveras se pertrechan de pucheros, gazpachos, tortillas de papas, filetes empanados… Los botiquines se proveen de tiritas para las rozaduras de los pies y de fármacos anti-resaca. Luego toca el inventario general de bragas, calzoncillos, calcetines, zapatos, cuñas de esparto, flores, horquillas, mantoncillos, cinturones, corbatas…
No me quedo corto, hay que vivirlo y después entrar en cualquier casa feriante a mediados de la semana y comprobar lo que es un auténtico zafarrancho, por mucho orden y previsión que cada una haya tenido antes de arrancar.
En este maremágnum previo, me decidí a buscar una chaqueta que tenía imaginada desde hace un tiempo. Una americana clara sin llegar al blanco, fresca sin ser de lino, de dos botones, sin forro… Toda esa información almacenaba en la cabeza. Y me lancé a la calle, al centro, a las tiendas de siempre. Y fui preguntando:
«Necesito una americana clara que no sea blanca, fresquita pero no de lino…»
En la primera no disponían de lo que demandaba, en otra parecían tan ocupados que no me echaron ninguna cuenta, en la siguiente encontré mucha caspa por sus percheros.
Así anduve dando vueltas sin un rumbo fijo, pero sí algo imantado en una dirección a la que, por otra parte, mi cartera se resistía.
La caprichosa brújula me plantó delante del escaparate, aún con las manos vacías; algo harto y frustrado.
Estaba bastante concurrida, pero nada más pisar el parqué me cayó la primera sonrisa. Pendientes de mí, no dejaron transcurrir un minuto antes de saludarme y atenderme.
«Necesito una americana clara que no sea blanca, fresquita pero no de lino…»
¡Eureka! ¡Allí estaba! Era exactamente la que había soñado. ¡¡Qué tontería más grande la mía!!
Gracias, Juanma, gracias, querido David por tantas cosas que ambos compartimos. Gracias, también, Fernando. No os las doy por la prenda, tampoco por la habilidad con la que cerráis una venta. Vuestro secreto radica en la calidad humana y en la empatía con la que conectasteis conmigo entonces y seguís haciéndolo ahora.
Me voy pa la Feria.