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MARTILLO PILÓN

 

Cualquier tiempo pasado, no necesariamente, fue mejor.

Ayer mismo me lo pasé tan de p… m…, que no quepo en mí del gozo de disfrutar tanto de los amigos que tengo y de la vida que llevo.

Zahara de los Atunes es un paraíso del que me gusta beber a buchitos con tal de no agotarlo en el poco tiempo que paso aquí cada verano. Hoy, el enano que vive en mi cerebro no para de darle al martillo pilón, pero que me quiten lo bailao, que sarna con gusto no pica, y que se mueran los feos.

Atún, tinto, tunda, tunda, salta, salta, dientes, viento, pies en la arena y vuelta al hotel zigzagueando. ¡Qué planazo!

Pero claro, la nostalgia siempre revolotea.

Subíamos en el Corsa rojo descapotable en chanclas, renegridos y resecos por el salitre. A la izquierda el inmenso Atlántico y la gran duna, a la derecha las ruinas romanas entre vacas retintas y matorrales. Al frente el asfalto curvilíneo y empinado obligaba a Looping a pisar a fondo el acelerador para llegar cuanto antes con las cervezas frías a la casa que, en lo todo lo alto de Bolonia, habíamos alquilado durante diez días de julio de 1995.

Con la emoción del rally imaginario no nos dimos cuenta de que la patrulla de la guardia civil se nos había colocado detrás y nos seguía. Looping, en vez de aminorar la marcha, le apretó más al coche. Los agentes, al notar que cogíamos distancia, aceleraron el Patrol. ¡Leches!, sin comerlo ni beberlo, estábamos inmersos en una persecución policiaca en plena sierra tarifeña, con el coche cargado de cervezas y con una bolsa de maría en un bolsillo de las bermudas de mi otro amigo, que aromatizaba todo el habitáculo.

La pericia de Looping al volante nos llevó a la cancela del chalet con el tiempo suficiente para saltar del coche y meternos dentro antes de que llegaran los de verde. Looping y yo nos tendimos en el jardín haciendo como si tomásemos el sol, mientras que el otro, histérico, vaciaba la bolsa en el retrete.

Por encima del portón reclamaron los DNI de los tres listillos sin camiseta, que se habían dado a la fuga. Nos hicimos los despistados, aguantamos la bronca paternalista y todo quedó ahí, gracias a Dios.

Pusimos la mesa, abrimos las cervezas y servimos los espaguetis a la boloñesa, que por poco no se nos atragantan por aquella manía juvenil de creernos Carlos Sainz.

Jaime Sabater Perales

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