MALDITOS REYES MAGOS
El trabajo de papá en la editorial de Valencia no podía ir mejor. En el año 78 en España la economía subía como la espuma, auspiciada también por la efervescencia de la democracia. Todo el mundo quería estar informado. Se necesitaban conocimientos para el nuevo régimen de las cosas y de las oportunidades. Los libros eran la principal fuente de sabiduría, y Norildis, acrónimo de la unión de Noguer, Rizzoli y Larousse, que representaba mi padre en todo el Levante, vendía enciclopedias y colecciones ilustradas como rosquillas.
En aquella convulsión, del centro de Valencia nos fuimos a vivir a La Eliana, en la comarca de Campo de Turia, muy cerquita de la capital. Zona de chalets donde la creciente burguesía pasaba los veranos. Allí arrancamos el curso en un colegio nuevo, después de un verano diferente, lleno de fiestas, fuegos artificiales y panochas asadas, que vendían en puestos ambulantes y endulzaban el aire caliente de las noches levantinas.
Y de un acrónimo llegó otro: Jama, de nuestros nombres: Jaime, Javier, Marta y María. Una pointer preciosa, canela y blanca, que se escapaba cada dos por tres y que nos tenía los bajos de los pantalones destrozados con sus dientes.
Allí pasamos la Navidad, en una casa de una planta con chimenea, la piscina, por un lado, y el jardín con césped y un plátano de sombra, por el otro.
Yo pedí por Reyes un camión teledirigido que le había visto a un niño de un chalet de al lado. Andaba, tocaba el claxon y encendía la luces. Era un tráiler de verdad en miniatura. A mis dos hermanas les trajeron sendas bicicletas GAC y BH. Ni me acuerdo de qué regalo recibió Javier, pero cuando empecé a abrir la caja de lo que parecía mi soñado camión, encontré un volquete de plástico mondado y pelado con la cuba amarilla y una guita para arrastrarlo por el jardín a golpe de piernas.
Entre tanta vida formidable a mi alrededor, no entendía por qué el universo me castigaba así.
Malditos Reyes Magos que ni con todo sobresaliente me premiaban con mi deseo de «niño rico», que me traumatizó tantos años, hasta que comprendí que me estaban dando una cura de humildad, que me ha servido hasta hoy.