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MALA SALUD DE HIERRO

De pequeño tuve la tosferina, que me dejó apartado de la calle unas cuantas semanas. También padecí otra enfermedad infantil, que no recuerdo el nombre, pero que supuso una inyección diaria durante mucho tiempo. Guardé las jeringuillas desechables en un bote de apósitos lleno hasta arriba para no olvidar lo mal que se pasa.

La espalda se me escacharró con veintitantos. La alergia a casi todo la arrastro desde niño. De lo psicológico mejor no hablar, pero el carné de loco lo conservo en el cajón de la mesilla de noche. Y por último un menisco roto.

Hoy os escribo desde la cama con un catarro enorme que me hace la puñeta hace tres semanas. Las mismas que no paro en casa entre tantas fiestas y tantos compromisos y quehaceres.

Mis hijas dicen que soy muy mal enfermo, muy quejica y exagerado. Pero es que con unas décimas me pongo a morir. ¡Ah!, se me olvidaban los cólicos nefríticos. Han sido varios los sufridos. El parto del hombre, le dicen al dolor que genera…

En fin, que soy un ‘pupas’ sin remedio, pero que ahora mismo pego el salto de la cama y me voy a la calle de compras y a lo que sea con mi mala salud de hierro.

Jaime Sabater Perales

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