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GRACIAS

 

Por fin el puñetazo de olor a tierra mojada, por fin el agua.

«Chaparrones de mayo […]».

El niño soñaba con cascadas antes de mearse en la cama. Se metía en la piscina horas y horas hasta tener los labios morados y los dedos arrugados como pasas. Salió gritando de emoción, ya de adulto, cuando hizo su bautizo submarino en Menorca. También lloró por el sobresfuerzo al acabar, en el pantano de San Rafael de Navallana, la interminable travesía a favor de Brazadas Solidarias.

Siempre agua. Siempre sed.

En la búsqueda de una meta incierta, el medio líquido ha supuesto la paz que ofrece un lago de montaña, una parada en el camino donde reponer fuerzas y algo más. El agua —como el dinero— no ha sido nunca un fin, un objetivo a alcanzar. Más bien combustible para seguir adelante.

Y ahora, cuando echa la vista atrás, no se cree todo lo que ha pasado, todo lo sufrido ni, tampoco, todos los sueños logrados. Se le seca la boca, traga saliva y sólo le sale dar las gracias.

Gracias a todos los que creyeron en él, a los que le auparon, aún haciéndole sufrir a veces. Gracias a los que siguen ahí y lo aceptan sin condiciones. A los que disfrutan con sus éxitos y lloran, junto a él, con sus derrotas y penas.

Y entre tanto desierto, se queda con lo bueno, con ganas de más. Y vuelve al principio, a su cama de niño, desde la que, sediento, en mitad de la noche, a la que más cosas tiene que agradecer le pedía a gritos en la oscuridad:

«¡Mamá, tráeme un vaso grande y gordo de agua!».

Jaime Sabater Perales

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