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FONTANEROS Y POETAS

 

Cuarenta compañeros sentados alrededor de un proyector en la sala de congresos de un hotel en El Escorial arrancábamos una jornada intensiva que duraría dos días. Cada uno de nosotros tendríamos nuestro momento de gloria en forma de presentación multimedia en la que deberíamos sintetizar cuál es nuestra función en la compañía y cuáles son nuestros objetivos. Mucha tela que cortar y poco tiempo para hacer el traje a medida.

La tarde anterior, las delegaciones de fuera de Madrid fuimos llegando poco a poco, más tarde que pronto, dejando la maleta deprisa y corriendo para buscar al resto y cenar juntos. Reconocimos a los que vemos cada semana por videoconferencia, abrazamos a los viejos y a los nuevos colegas, y cambiamos impresiones en un lugar preparado para el buen comercio y el mejor bebercio.

El Escorial es un capricho arquitectónico de piedra berroqueña, que rezuma a Casa de Austria y a monjes agustinos por cada rincón de sus empinadas calles. Un lugar para recogerse y encontrarse, aunque, con tanto experto logístico cargado de ideas y hasta las trancas de estrés, fue difícil recogerse antes de las dos de la mañana, las dos noches que pasamos allí.

Abrió la presentación el artífice de todo, nuestro flamante director general, que propone, dispone y lucha contra la resistencia al cambio, contra la confortabilidad. Tarea difícil que poco a poco va calando y dando frutos. «Pensar, pensar, pararse, respirar y levantar la cabeza». «Ojo con levantarla mucho», pensé yo recordando experiencias antiguas, «Que luego viene el de la guadaña… y cabeza al cesto».

Impecable arranque, emotivo, con su pizca de mordacidad, arengador e ilusionante, que dio paso a Él, el creador de todo, nuestro amado líder, que junto con su, también amado, socio y un puñado de valientes, hace veintiséis años decidieron romper cadenas y navegar con nombre de estrella en este mar del comercio exterior.

Con las fotos proyectadas de momentos de nuestra historia empresarial, ya teníamos la emoción a flor de piel y algunos clínex rulaban por las mesas. Él mismo se emocionó al recordar una falta notable. Nos emocionó más aún, hasta que soltó su eslogan, la frase perfecta, el punto y aparte:

«Tenemos que ser fontaneros y poetas».

—¡Joder, qué coño es eso! —exclamé perplejo entre risas.

—Ahora te enterarás, Jaime —me contestó con la mirada vivaracha y la seguridad que le caracterizan.

—O diriges o lideras. Liderar implica bajar al barro y estar al lado de tu gente. Ser igual que ellos, que te sientan como uno más y, también, como un referente. Por otro lado, sin quitarte el mono de fontanero, debes darles amor, cariño y poesía. Tan viejo como el mundo, bastante simple, pero en eso radica mi forma de entender cómo se lleva una empresa —dijo ante un público entregado.

Morir con las botas puestas frente a la adversidad, dejando espacio para la sensibilidad, sacando al Bambi que todos llevamos dentro. Trabajar para tu equipo y por ellos hasta la extenuación si hace falta, arengándolos sin imposiciones y con el claro propósito del bien común, del negocio, que, aunque la propia palabra lo niegue, permite que todos podamos disfrutar, después, del merecido tiempo de ocio.

«Trabajar poco y ganar mucho», defendió más tarde la responsable de aduanas. El sueño prohibido, lo indecible e inadmisible en otros foros pretéritos. Y allí estaba ocurriendo delante de mis narices, en directo, y sintiéndolo en mis propias carnes.

La carrera ha merecido la pena, el sobresfuerzo y alguna que otra cicatriz. No quiero perder la mirada del niño, la ilusión romántica del recién enamorado, el brillo de los ojos de mi jefe, que dice que va en retirada, pero que no deja de perseguir la zanahoria a pesar de tener la boca llena.

Un pasito más, señores, que los jóvenes aprietan, pero nos quieren y nos necesitan. Un pasito más con todos vosotros, mis queridos compañeros, que me lleváis en volandas en un camino de búsqueda con la certeza absoluta de que somos un equipo imparable de fontaneros y poetas.

Jaime Sabater Perales

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