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ESO ME CONTÓ…

 

Entre su primer gran amor y el segundo, tuvo una novia mayor que él.

Con quince años era un pardillo total y lo espabiló. Con diecisiete, que ella gastaba, le parecía una mujerona de tomo y lomo. Era más alta y más lista. Cuando él iba, ella había vuelto unas cuantas veces. Tenía mucha calle, quizá demasiada, al menos para aquel niño y para los cuernos que le ponía delante de sus narices sin que se coscase.

Remontando unos años en el desarrollo adolescente, recordaba que a los hombres también les salían tetas. Primero una y después la otra. Dos pezones abultados y doloridos, que, pasados unos días, la testosterona inhibía y detenía su crecimiento. Y ahí se quedaron esos botones sin sentido práctico alguno, más que para sentir molestias con el frío o cuando se los rozaba con el antideslizante de la tabla de surf.

Aquella novia mayor no es que tuviese mucho pecho, era casi plana, pero sabía gustar y se contoneaba como una palmera. Se reía con la boca abierta y le enseñó a besar con lengua y a tocar un pecho femenino. Cuando se los puso por delante la primera vez no sabía ni qué hacer con ellos, pero aprendió rápido a acariciarlos y besarlos.

Ella hacía lo propio y le metía mano en las tetillas. Las pellizcaba hasta ponerlas duras y les pasaba la uña del índice por encima de forma rítmica y pausada, llevando a aquel adolescente a un éxtasis que nunca había sentido, que estaba descubriendo entre los brazos de aquella canija desinhibida que lo volvía loco y que supuso un antes y un después en su sexualidad y en la manera de desenvolverse con las mujeres.

Mucho tiempo pasó hasta que aquel chico descubrió el sexo completo. Era inimaginable en aquellas relaciones juveniles tirar el calzón y levantar la falda, al menos en su ambiente. Allí aprendió que los pezones masculinos sirven para jugar, también aprendió a no permitir que jugasen con él y a hacerse respetar.

Poco duró aquella relación, pero fue muy fructífera, gratificante y aleccionadora. La recuerda con cariño y le hizo constatar que hombres y mujeres eran bastante más parecidos de lo que les hacían ver antes de sentir.

Al menos eso me contó…

Jaime Sabater Perales

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