EL REGALO
Mi temple se había ido a paseo. Solo un ruido de lavadora centrifugando ocupaba mi cabeza, mientras mi mano quemaba cigarrillos a la misma velocidad que movía papeles del trabajo sin detenerme en ninguno, sin poner el foco en nada.
La depresión ansiosa es un gusano enorme que te va recomiendo las entrañas. Consume literalmente tu cuerpo y genera negatividad sobre cada idea o propuesta. Una nube negra cargada de pensamientos destructivos que chisporrotea a cada instante arrasando cada atisbo de solución.
Todos veían algo pasajero, problemas coyunturales que se solucionaban tratándolos, menos yo, que tenía la certeza de que nada tenía sentido, de que el mundo tal y como lo teníamos concebido se iba al garete. Y lo peor es que así lo deseaba, con tal de parar mi angustia vital.
Aquella mañana recibí una llamada. Un amigo me citó en los Jardines de Murillo, tenía algo para mí. ¿Sería mi cura? ¿Un punto de inflexión que me sacara de esta noria incesante de miedo e incertidumbre? ¿Qué podría ser aquello que quería darme?
Envuelto en una caja, dentro de una bolsa a pie de nuestras motos, frente al barrio de nuestros padres, me entregó el presente. El pasado me atormentaba y el futuro era abismal, pero allí, con el Alcázar de testigo, lo abrí creyendo tener entre las manos la piedra filosofal.
Un par de zapatos portugueses de estilo inglés, preciosos y duros como cuernos, que aún me pongo en algún evento, encendieron una espita en aquella negrura y me hicieron volver a caminar al comprobar que los grandes amigos están ahí, siempre, para ofrecerte como pueden su ayuda y consuelo.
Gracias, querido Jesús.