EL RARO
Todo apuntaba a su éxito, no tenía dudas.
Había estado esperando este momento durante muchos años, décadas, y por fin lo tenía al alcance de la mano.
Descargó el aplicativo y leyó casi todo lo que encontró sobre la nueva tecnología. Durante una semana lo puso en práctica, lo forzó para comprobar que estaba hecho a su medida.
¡Eureka! Ya no quedaría como un imbécil delante de clientes, proveedores y colegas.
Todo lo dejó en manos del Chat, que resultaba infalible e ilimitado.
«Mercado, expansión, Oriente Medio, soluciones, financiación», fueron algunas de las variables que introdujo en el sistema, y se echó a dormir.
Tras los aplausos después de la impecable presentación llegó la fiesta. Zapatos brillantes, camisas almidonadas y grandes sonrisas níveas deambulaban por el patio entre canapés y copas de champán.
Él estaba orgulloso y sacaba pecho. Se sentía seguro entre iguales.
Entre tanto traje gris, la comidilla fue el trabajo del «raro». Todos se mofaban de la falta de homogeneidad, de lo rudimentario del diseño, de lo visceral de su exposición.
Un tenue zumbido, que fue creciendo, llegó a la cabeza de los «iguales». Tanto aumentaba el ruido que se volvió ensordecedor. Empezaron a resquebrajarse por dentro. Se habían abandonado al servicio de la IA y tras la fina capa de barniz nada quedaba. Sólo redundancias inocuas rellenaban sus proyectos.
El colofón del trabajo del «raro» no dejaba de martillearles el cerebro, hasta convertir en muecas sus estúpidas sonrisas. Un silencio se hizo en la sala, y la frase, que bloqueaba sus mentes, terminó por deslumbrarles:
«No os conforméis, sed creativos»