EL QUE NO APOYA…
Salió muerto de risa del restaurante. Pasaba de los gestos y supersticiones que existen alrededor del vino, y que la pareja de al lado no dejó de repetir durante la cena.
—Si el tinto está picado lo devuelvo, pero qué tontería catarlo antes de servirlo —le dijo a su mujer al subir al coche—. Y lo de mirarse a los ojos al brindar; otra soplapollez —siguió relatando—. ¡¡Vamos, vamos!! ¿Has visto cuando han entrelazado los brazos para tomar el cava?
Así siguió todo el camino, ridiculizando a los enamorados.
Ella lo observaba impávida y expectante.
Al llegar, quiso practicar sexo no consentido, que ella, como siempre, soportaba junto al resto de humillaciones.
Algo falló en su virilidad. Un sudor frío le invadió y la garganta se le cerró. Estaba paralizado de pies a cabeza. Miró a su mujer en busca de auxilio. Ella esbozó una sonrisa y giró la muñeca de la mano derecha hacia el dorso, como si sirviese vino de una botella. Con aplomo y antes de que él cayese sin vida, le mostró el anillo que contenía el veneno que vertió en su última copa.
—Querido, ya sabes: «el que no apoya…».