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EL MALDITO TENDEDERO

 

Todo se amontona…

La bandeja de correos acumula más de cien mensajes. El bombo de la ropa sucia va cogiendo forma de abeto navideño. La muestra del libro de pasta dura no acaba de salir de la imprenta. Tengo que meterle mano a esa oferta. Otra semana sin ir al gym. Los mocos y la tos siguen instalados por aquí. Todavía no han llegado las fechas señaladas y ya llevo tres comidas y tres más que tengo la semana que viene.

Todo se disuelve…

Diciembre me toca, me araña el alma. Hay demasiados huecos en la mesa. Demasiadas casas para tan poca cena. Amigos que no aguantan la mirada, otros que se fueron para siempre. Y el infinito, que tiende a acercarse y alejarse como la luz de un faro entre las olas de la tormenta.

La lavadora pita, chivata, con otra colada limpia de carreras y fiestas. Parece demasiada tarea. Resultaban demasiadas manchas. Y sigue lloviendo fuera.

En un segundo piensas en mirar para otro lado, en buscar a alguien que te arregle el «problema». Pones en duda que tal cantidad de cosas retorcidas quepan en un espacio tan pequeño.

Coges aire, lo exhalas despacio y desde la primera sudadera hasta el minúsculo calcetín desparejado encuentran su sitio, encajan en la ecuación del maldito tendedero.

Ya está todo en orden, solo hay que ponerse a ello. Saber esperar para volver a salir a la calle con una sonrisa en la cara, el sol fuera y el alma oliendo a limpio.

Jaime Sabater Perales

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