EL HOMBRE INVISIBLE
Hoy no iba a la Feria. El mal cuerpo y el trabajo a raudales me han quitado las ganas, pero ayer dejé la moto por allí. Con un polo gastado y en zapatillas, me he dado un paseo vespertino para recogerla.
El verano ha llegado de sopetón. Al rato de salir ya llevaba la boca espesa, estaba sudando a chorros y la gran resaca martilleaba mi cabeza. No me gusta llegar a la Feria por la tarde. O llego antes de las dos o todo me parece incómodo, pero hoy no iba a la Feria.
Las llaves de la moto las dejé, por abultadas, en la taquilla de la caseta, junto al bote de colonia, las gotas para los ojos y una tira de pastillas de vitamina B6. He cogido el otro juego que tengo para no pasar de la contraportada, porque hoy no iba a la Feria.
Por el puente de las Delicias volvía un niño en pantalón corto, de la mano de su padre, con un premio de tómbola bajo el brazo y la ilusión por sonrisa. Familias gitanas al completo, maqueados, guapos todos, dispuestos a pasar la noche, me han adelantado con hambre de fiesta. Yo iba despacio, mudo, contemplando curioso, porque hoy no iba a la Feria.
«Debería haber cogido un taxi», he pensado a la altura del Club Náutico con temblores fatigosos. El puesto de cocos ha sido un oasis y una botella de agua helada me ha salvado. «Las ventas buenas, pero aquí hace más calor que en mi Córdoba natal», decía el amable turronero mientras yo recuperaba el fuelle y le daba charla sin prisa alguna, porque hoy no iba a la Feria.
Serían las siete y media de la tarde, el Real respiraba bullicio y sin querer me he metido en el laberinto de la cola de los taxis. No me atrevía a pisar el albero. Detrás de los pisos nuevos de Tablada me esperaba la moto, intacta, manchada de pólenes y con el candado puesto, además del bloqueo. ¡Mecachis en los mengues!, la llave estaba en el manojo dentro de la taquilla de la caseta de la feria a la que hoy no iba.
Me he puesto la capa de hombre invisible, la misma que uso cuando regreso copeado y a hurtadillas a un bar para recoger la cazadora olvidada. Es superpoderosa y disfruto viendo sin ser visto. La portera de la caseta miraba al infinito, tres familias han seguido devorando gambas sin inmutarse mientras la caseta languidecía en los estertores de la fiesta.
A la vuelta, me he mezclado con la simpática algarabía de fuera de la mítica caseta la Pecera. Ninguna corbata, música distinta y simbología comunista por cada rincón. Una chica vestida de gitana me ha clavado los ojos sin atravesarme. Ha fallado mi capa con ella, pero no se ha extrañado de mi indumentaria y parecía que le gustaba lo que veía. Tras unos instantes, he cortado el hilo conductor y seguido mi camino hacia la moto, porque hoy no iba a la Feria.