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CUCHIFRITÍN

 

Desde muy pequeño, mi padre me llamaba Cuchi o Cuchifritín como apodo cariñoso. Solo me nombraba así en la intimidad del hogar, en la calle volvía a ser Jaime.

Papá contaba que Cuchifritín era el hermano de Celia, personajes que creó la escritora Elena Fortún antes de la Guerra Civil y que aparecían en Gente Menuda, suplemento infantil del dominical Blanco y Negro. Yo le recordaba a aquel niño avispado, que acompañaba a su hermana mayor en las mil y una aventuras, que podían imaginar en el seno de una familia acomodada del Madrid de principios del siglo XX.

Curiosamente, nadie más de mi familia me llamaba así, no se me quedó. Era un nombre con el que nos relacionábamos mi padre y yo. La clave para abrir un canal de comunicación en el que el juego, la papiroflexia, el arte de cocinar, el dibujo, la lectura… eran los asuntos y nosotros los interlocutores.

Un día, cuando la tontería y la maquinilla de afeitar llegaron a mi vida, le dije a mi padre que no me llamara más Cuchi, que ya era muy mayor para ese nombre tan infantil. Mi padre asintió y se metió cabizbajo en la cocina a preparar una tortilla de papas de diez huevos para la cena.

A la mañana siguiente, papá estaba más animoso, me saludó con un beso de buenos días y me miró con orgullo y ternura. Cuando mi hermana pequeña, María, hizo aparición en el salón, a mi padre se le iluminaron los ojos. Se acercó a ella, le dio un abrazo y le preguntó:

—Cuchi, ¿quieres que te prepare el colacao?

Me sentí desolado. La irrupción en la pubertad me había alejado de él. Ya no era su niño pequeño, el cómplice de sus interminables anécdotas y carantoñas. Me había sustituido por el siguiente hijo en el calendario, para así rellenar el espacio que mi apuro adolescente había rechazado.

Por un instante, quise volver a sentirme el elegido, el que tenía un trato diferente, pero fui incapaz de decirle nada. Dejé que pasara el tiempo. Abandoné al niño. Hasta que hoy, cuarenta años después, echo tanto de menos aquellos días, que deseo ser de nuevo el pequeño Cuchifritín.

Jaime Sabater Perales

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