CIRROS, ESTRATOS, CÚMULOS Y NIMBOS
«¡Tómate una copita, hijo!».
«Oye, disculpa, ¿eres modelo?».
«Las palabras se las lleva el viento».
[…]
De nuestra «endeble» memoria fueron saliendo frases lapidarias que evocaban infinitas anécdotas de juventud.
Al juego que propuse esta semana por WhatsApp, un miembro de nuestro grupo respondía, que a él le acompañaba una nebulosa de aquella época. «El Queen’s Choice me ha dejado una nebulosa», repetía sin cesar.
La memoria es caprichosa y embellecedora, a veces traviesa. Trata de saltarse lo negativo y de exaltar los recuerdos afables. Y a eso me dedico desde hace algún tiempo, gracias a esta autoterapia que me cura a través de la mano, de los dedos al papel. Así sorteo los charcos negros sin fondo, para verme reflejado en los azules y transparentes, chapoteando en ellos con mis botas de goma impermeables. Si alguna vez caigo, por descuido, en algún pozo bituminoso, clavo mi estilete en el blanco y me catapulto afuera con atlética maestría.
«Todo está en los libros», cantaba Carmen Machado en la sintonía del programa de Sánchez Dragó que emitía TVE en el año 1982. La misma sintonía que recuperaron cinco años después para «Negro sobre Blanco». Durante aquella época nebulosa en la que tanto me recreo en la actualidad, leí dos novelas archiconocidas que han marcado mi gusto literario: Pedro Páramo y El guardián entre el centeno. No recuerdo cuál disfruté primero, pero sí, que ninguna era obligada ni en BUP ni en COU.
Después del impacto mágico de la novela de Rulfo, durante un tiempo, cualquier lectura me resultó fácil, incluso infantil. Con el controvertido Salinger descubrí que no estaba solo en mi incertidumbre adolescente. Sentí que ir descarrilado del sistema no era tan anormal, y que se puede avanzar entre aquellas nebulosas románticas e imperecederas, que nos empujaron a transformarnos en los hombres que somos hoy.