CHOQUE DE TRENES
Carmona es uno de los vértices de su triángulo amoroso, que se completa con Sevilla y Sanlúcar de Barrameda.
Aprovechar un martes para pasar un rato en plena vorágine laboral no estaba previsto, pero el conato de primavera prendió una mecha que no pudo extinguir.
Al dejar atrás la puerta de Sevilla, la cuesta berroqueña los llevó a la plaza de Arriba, la de San Fernando, que los recibió con la amabilidad de siempre. Un paseo buscando el rincón recomendado casi los saca por la puerta de Córdoba, que mira triunfal a la Vega.
Tantos recuerdos y tanta historia… «Echa otra copa de vino». Charla distendida de negocios, de proyectos, para ponerse al día. Y por el rabillo del ojo le avisó el nombre de la calle: Dolores Quintanilla.
Desde lejos los vio aparecer, juntos ella y él, con un porrón de años a sus espaldas y más de treinta en la memoria. Cuánto daño causado, cuánta incomprensión por parte de aquel que fuera su jefe; su amigo convertido en rival, en un camino enredado de intereses distintos.
Ahí lo tenía de frente y desarmado. Retirado para dedicarle su tiempo a ella. Buscando la plaza para tomar un café sin prisa alguna, con una sonrisa.
Y se abrazaron de verdad y se miraron a los ojos sin medirse, volviendo al origen amable donde empezó lo que más tarde se torció y los separó para siempre. Después de tantos años repudiando sus actos, en ese instante lo tuvo claro. Aquello no fue una guerra, sino un choque de trenes. Una colisión frontal entre el que estaba y el que llegaba.
Nada es casual, Carmona lo había llamado. Tenía que enfrentarse a él y a su fantasma.
Tras despedirse y dejar de verlos por el camino, no pudo evitar romperse, como cuando era tan joven y se desesperaba por no conseguir todo lo que la vida ya le ha dado.