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BUENA VISTA

 

Una ducha rápida, planchar una camisa y salir con el petardo en el culo para la plaza del Salvador. Después de pasar la mañana del sábado nadando y limpiando el piso, iba bastante apurado para llegar a la una y media a mi cita con David.

Desde el divorcio no había quedado con él, pero era hora de demostrarnos, aun viniendo de parte de mi ex, que nuestra amistad podía seguir adelante.

Aquel fin de semana no tenía a las niñas y podía moverme a mis anchas. Dos meses llevaba en la casa nueva, con mi moto vieja, en un tercero sin ascensor del Nervión profundo, con noches de llanto y días de trabajo y fiesta.

Al afeitarme, una de las lentillas empezó a moverse por el vapor acumulado en el baño y saltó fuera del ojo. Con la vista borrosa empecé a buscarla por lavabo y suelo. No había narices de encontrarla y el tiempo apremiaba. Desistí y me puse una nueva con rabia, porque son mensuales y no llevaba ni una semana con ella.

Llegué al centro tarde —odio hacer esperar—. Aunque ya estaba allí con una cerveza en la mano, ganas de charlar y pasármelo bien. No hay una sin dos ni dos sin tres, muchas caras conocidas, día soleado y me tocaba ir al estrecho baño del bar de la barra apretada y la cola larga.

Llegó mi turno, me lo hacía encima, ¡uf, qué placer! «Si mease en vasos, saldrían las tres cervezas que me he tomado», pensé. Al ir a guardar el «chisme», algo azulado llamó mi atención. No podía ser —ja, ja, ja—, sí, la lentilla, seca y pegada, por fin apareció, y no precisamente en el ojo.

Jaime Sabater Perales

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