AQUÍ ME QUEDO
En fin, los que mandan en el metaverso, por decisiones mercantiles o de otra índole que se escapan a mis entendederas, han decidido esconder mis publicaciones. Directamente, no les aparecen en sus muros a mis amigos y seguidores, que no son pocos. A mí, por el contrario, sí me saltan notificaciones de las cuentas que sigo, y eso me raya aún más. ¿Cómo explicarles que yo no pretendo ganar dinero a través de ellos? ¿De qué forma puedo transmitir a un gigante de mil cabezas que mi único interés es compartir mis vivencias y mi expresión literaria con el prójimo, para entretenerle o emocionarle? No tiene sentido. Sería como enamorarse de un gato de escayola. Como pretender que dure toda la vida un helado de cucurucho que has comprado un 15 de agosto a media tarde. Cuanto más hago yo, más alto es el muro y mayor la distancia y la incomunicación. Quisiera volver al principio de esto que llamamos redes sociales, cuando con un puñado de amigos al otro lado escribía un relato a calzón quitado, y, mientras lo corregía en línea, iba recibiendo ‘likes’ y comentarios a troche y moche, sin necesidad de una estrategia de mercado, un plan de marketing digital o una campaña publicitaria para animar las ventas de mi primera novela.
Va terminando el año y miro atrás y no me lo creo. Dos libros en la calle y embarcado en proyectos profesionales como nunca. Gracias, Dios mío, gracias, papá, y gracias al resto de los que desde arriba y desde aquí me arropáis y motiváis.
Si el mercantilismo internáutico me da la espalda, aquí me quedo, me encierro y empiezo a escribir la segunda novela. El que me quiera leer, sabrá dónde encontrarme.