ANIMALES DOMÉSTICOS
Hace años que me despierto solo, sin necesidad de una alarma. Tengo varias programadas en el teléfono, que voy desactivando a medida que los rayos de sol suben por las sábanas. Mientras, repaso correos, tonteo con las redes sociales, avanzo en la lectura de la novela en curso, escribo un relato…; hasta el momento de ducharme para empezar a trabajar.
El reloj Garmin no enciende, lleva varios días fallando. No sé si es el cargador o que está pidiendo el cambio a una versión nueva. Soy enemigo de comprarme lo último en tecnología, tampoco me gusta vacilar por gusto, aunque la necesidad nos atrapa.
Ahora, mientras escribo, parece que carga. Uno por ciento, a ver si hay suerte y me dura otra temporada.
Estoy pringoso, mi esternón parece una piscina y los mosquitos se han dado un festín con mis tobillos. Las legañas compiten en espesor con la saliva. Le doy otra vuelta a la almohada, empapada de sudor, y sigo escribiendo sin rumbo.
Esta mañana, antes de que mi vista miope empezara a distinguir los pájaros, que contrastan con el azul grisáceo del cielo nublado, nada imaginaba para la publicación del domingo. He rebuscado entre mis notas de «próximos relatos», pero seguía sin inspiración. La semana, entre carreras de caballos, visita familiar y mucho trabajo, no ha dejado espacio para la creatividad literaria. Parece que de nuevo las musas han volado, quizá estén de puente, no las encuentro en este dormitorio.
El adjetivo «cimarrón» ha estado jugando en mi cabeza durante el duermevela. Era el eje de una historia que ha perdido todo el sentido al pasar al estado consciente. No tengo ni puñetera idea de qué hacer ahora con él.
Suenan los campanarios, la luz aprieta y ya no sudo. Ochenta y cinco por ciento de carga.
Quizá mi sueño esté relacionado con los caballos. Puede que con el que se le escapó al Sr. Sarabia en la primera del primer día. Eye of Heaven hizo la carrera entera sin que el gentleman pudiese dominarlo para volver a los cajones. Pasó por la meta con actitud ganadora, retrasó la salida válida y casi llega a Chipiona a galope tendido.
El instinto natural, lo salvaje y montaraz subsiste sin conciencia aparente. Nosotros, los animales domésticos, nos regimos por horarios, nos movemos en espacios cerrados, dependemos de interminables tareas y compromisos, que nos encadenan.
Quiero ser ese caballo que se saltó las normas, que fue por libre y desafió a una organización entera. Necesito aire fresco en la cara, sentirme dueño de mi destino, pasarme de los límites, aunque sea durante dos minutos de crono.
¡Corre, cimarrón, corre!