A PESAR DE LOS PESARES
Tengo un beagle de doce años.
Se supone que pertenece a mis hijas. Se supone que deben sacarlo tres veces al día y el tiempo suficiente para que alivie sus necesidades y ejercite su rechoncho cuerpo. Y de tanto suponer al final lo paseo yo, cansado de reñir y para no estar todo el día recogiendo sus cacas y pipís.
Trébol nació en Trebujena, posee un pelaje tricolor y aterrizó en esta casa para devolverle la suerte en una época en la que parecía que nos había abandonado. Más adelante, superó el divorcio, vivió mi segundo matrimonio y sintió muy de cerca la muerte de Eva. No se separaba de ella cuando enfermó, parecía que olía lo que estaba por venir.
Y aquí sigue persiguiendo olores.
Hace dos años se quedó sordo. También lo tuvimos que castrar para evitarle una muerte segura. Pero el olfato de sabueso no lo pierde ni la obsesión por la comida. Es sumamente pesado y encima está hecho un viejo cascarrabias que solo me obedece a mí. Como te descuides se zampa lo que haya servido en la mesa o te saca todos los desperdicios del cubo de la basura o se mea en la misma esquina del sofá que tiene marcada. Me tiene frito. Me dan ganas de darle la libertad silvestre o de qué sé yo.
Cuando estamos a solas parece más tranquilo. Se echa cerca de mí, se duerme y de vez en cuando me busca con su mirada extraviada. Y me dice que se acuerda de todo y de todos. Me trasmite que no desespere, que le disculpe y que mantenga la paciencia. Que él no puede evitar regirse por sus instintos, pero que, aún siendo tan trasto, tiene muy claro que llegó a esta casa para traer la fortuna. Esa que, a pesar de los pesares, sigue con nosotros.
Jaime Sabater Perales
Sabio can que me miras sin verme,
¿serías tan amable de dejar de mearte en mi sofá?
Ni fortuna, ni leches,
harto me tienes,
pero mejor no te mueras
porque guardas en tus ojos mi pasado.
B. Periñán (inspirado corrector amateur)